CALIFICAR TODO COMO ACOSO SEXUAL REPRODUCE EL VICTIMISMO SIN IR AL FONDO DEL PROBLEMA
Para la antropóloga, las creencias y las prácticas sexuales siguen estando moldeadas fuertemente por la religión
‘Neoliberalismo y puritanismo. El caso del discurso hegemónico sobre el acoso sexual’
Primera de dos partes
Calificar todo como acoso sexual reproduce el victimismo del discurso hegemónico, sin ir al fondo del problema, en un contexto en el que las creencias y prácticas sexuales de grandes sectores de la sociedad siguen estando moldeadas por una doxa de raigambre religiosa, afirmó la antropóloga y feminista Marta Lamas Encabo.
“Las mujeres tenemos en contra de nuestra autonomía sexual las creencias de la cultura judeocristiana, y en contra de nuestra seguridad la violencia estructural que provoca el neoliberalismo”, dijo Lamas, en ‘Neoliberalismo y puritanismo. El caso del discurso hegemónico sobre el acoso sexual’, plática que impartió en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, en el marco del Seminario de Ética Aplicada del Departamento de Filosofía.
En términos legales, mencionó hay una mezcolanza en los códigos penales estatales mexicanos que usan tres definiciones distintas: abuso sexual, hostigamiento sexual y agresión sexual. Y al ver las definiciones, “lo que me preocupa es que muchos de los términos utilizados en los códigos penales expresan una concepción decimonónica: solicitar favores sexuales; o, sin el propósito de llegar a la cópula; o, móviles lascivos; atentado al pudor”.
La mala definición y el sobredimensionamiento de lo que significa acoso sexual refuerzan el victimismo y producen reacciones punitivas que llegan a vulnerar el debido proceso y la presunción de inocencia. Esta problemática se fortalece con el puritanismo de quienes consideran que cualquier requerimiento o insinuación sexual es equiparable a acoso sexual, señaló Lamas.
Aunque la feminista no duda que ese tipo de conductas puedan ser molestas, considera que se debe ver qué hay debajo del rechazo. “Yo creo que está esta doble moral que supone que los requerimientos sexuales degradan la dignidad de la mujer. Esto responde a una idea tradicional de lo que deberían de ser las mujeres, seres humanos sin deseos sexuales; y produce reacciones adversas porque atenta contra el ideal cultural de castidad y recato de la feminidad”.
En su charla, que impartió por invitación del Centro de Exploración y Pensamiento Crítico (CeX) de la IBERO, mencionó que en general se dice que el abuso sexual es algo que los hombres hacen a las mujeres, en parte porque son mujeres.
Pero dijo que Duncan Kennedy, un abogado progresista estadounidense, dice que el abuso sexual es disciplinario; en el sentido de que funciona para reforzar las normas sociales del patriarcado. “Él (Kennedy) va a decir cómo el abuso sexual impone normas culturales y es un elemento cultural de la construcción de la sexualidad y de la masculinidad”.
A Kennedy le interesa evidenciar el profundo conflicto de interés entre hombres y mujeres respecto a la prevención del abuso sexual. Dice que un esfuerzo serio para reducir el abuso debe afrontar el interés masculino en perpetuarlo, y que el temor de los hombres a ser injustamente acusados (de abuso sexual) varía de hombre en hombre, pero hay un interés grupal en evitar tener que preocuparse por el exceso de implementación; y esto entra en conflicto directo con el interés grupal de las mujeres de no tener que preocuparse por la posibilidad de ser abusadas.
Expuso, además, que hay casos de hombres que a veces emplean mal el lenguaje o hacen cosas que comunican lo opuesto a lo que intentan comunicar, “como el acosador genuinamente insensato que se mortifica cuando descubre que ha ofendido a una mujer a la que se quería ligar”, explicó la doctora Lamas.
Kennedy, profesor de derecho en la Universidad de Harvard, muestra que los costos para las mujeres tienen que ver con lo que dejan de hacer, con el miedo a salir, con los malos ratos, con las restricciones. Y él lamenta que el abuso sexual sofoca y desincentiva las actividades de la fantasía, del juego, de la invención, del experimento; y se pregunta si los hombres y las mujeres heterosexuales van a ser capaces de vivir su sexualidad y sentir placer dentro de este régimen actual, sin colaborar con la opresión.
Espacio laboral higiénico
En su disertación, Lamas Encabo también mencionó que la profesora, activista y abogada norteamericana Catherine Mackinnon es la ideóloga principal del llamado ‘feminismo de la dominación’, tendencia que sostiene que las mujeres son una clase oprimida, que la sexualidad es la causa de dicha opresión y que la dominación masculina descansa en el poder de los hombres para tratar a las mujeres como objetos sexuales.
“La influencia teórica, política y jurídica de Catherine Mackinnon ha sido inmensa, y ha ido potenciando un discurso mujerista y victimista respecto de la sexualidad, respecto de la violencia y del papel de la ley”.
En contra parte, refirió que la catedrática de derecho y ciencias sociales en la Universidad de Yale, Vicki Schultz, critica un fenómeno que empieza a darse en las empresas, al que llama ‘el espacio laboral higiénico’ (the sanitized workplace), en donde toda la discusión de acoso sexual en el trabajo ha conducido a querer separar en el espacio laboral todo lo que huela o suene a una cuestión sexual, y, subrayó Lamas, “se han castigado transgresiones incluso cuando son amorosas, o son comentarios o son coqueteos”.
En ese sentido, Schultz critica la dirección que tomó la batalla contra el acoso, que además ha impedido la igualdad en el trabajo, amenaza la autonomía sexual y frena la libre expresión sexual. Ella dice que en esta sociedad de mercado, donde el orden normativo laboral es el neoliberalismo, las políticas laborales están ejerciendo una disciplina excesiva y castigando a las personas que son vistas como muy sexualizadas.
El impulso de esta ética laboral asexual se nutre de prejuicios respecto de personas a las que se considera muy sexualizadas, y esto muchas veces afecta a lesbianas y a hombres homosexuales, pero también a personas afroamericanas y latinas que deben de bajarle a sus comentarios, a su atractivo sexual o a sus expresiones sexualizadas para no ser estigmatizadas.
Schultz lamenta que sean feministas quienes han jugado un papel en este proceso de higenización, pues ella valora las relaciones íntimas que se suelen dar en los ambientes de trabajo, y dice que dado el ritmo de vida actual la mayoría de los encuentros amorosos o eróticos se dan en estos lugares; y que la tendencia a esterilizar o a higienizar el espacio laboral es parte no sólo de una política sexual más amplia, sino también de un control gerencial más estricto.
Además de ignorar la intimidad positiva que puede surgir entre compañeros de trabajo, Schultz señala que prohibir el acoso sexual deja a los gerentes el poder de controlar no sólo las expresiones sexuales, sino otros afectos de la vida.
Por eso Schultz deplora este giro negativo que ha tomado la perspectiva del 'feminismo de la dominación', y dice que por lo menos debiera cuestionarse la idea de que las expresiones sexuales en el trabajo siempre son acosadoras.