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"AFTER DARK" de Haruki Murakami

Haruki Murakami (Kioto 1949) es, sin dudas, el escritor japonés de mayor prestigio en el mundo, siempre candidato, hasta ahora infortunado, al premio nobel de literatura, es un autor singular capaz de dialogar con Occidente de una manera particular. 

After Dark, es un libro escrito por Murakami en 2004 y la primera edición argentina es de 2008.

Takahashi, uno de los personajes principales, es un músico de jazz sin grandes esperanzas de notoriedad. Toca el trombón. Eso sí, metódico, ensaya prácticamente todas las noches con su grupo en un sótano de un edificio, sin calefacción. Es un gélido invierno en Tokio. La ciudad parece un gigantesco ser vivo. Toda la historia transcurre durante unas horas entre la noche y la madrugada, al compás de música de jazz (de hecho, el título del libro deriva de una canción de jazz Five Spot After Dark de Curtis Fuller).

La noche es negra, oscura, con la contradicción de algunos barrios de neón, donde las personas que viven la nocturnidad acuden como polillas.

Una de esas noches, a la salida de un ensayo, Takahashi conoce a Mari en un bar (Dennys), una chica solitaria con su mochila absorta en la lectura. Es un grueso tomo de tapa dura pero como lleva puesta la sobrecubierta de la librería, no se ve el título. Takahashi muere de curiosidad en todo sentido. Una chica que lee, toda una descripción del autor. En tiempos de consumo y karaoke la lectura no deja de ser una rareza para Murakami.  

Mari ha perdido el último tren de vuelta a casa y tiene como plan quedarse en Dennys leyendo. Takahashi interrumpe a Mari, conversan, se reconocen de vidas pasadas. En medio de la noche Takahashi se va a ensayar con su grupo, pero promete regresar antes del amanecer. Hay en la composición de la novela una sensación desoladora de la soledad. Los personajes están completamente solos en medio de una noche fría que no termina de convertirse en hostil. La soledad es, sin dudas, una elección existencial pero las interferencias intersubjetivas se suceden, otros solitarios acuden a esta ambientación austera y desconcertante dispuestos a renovar sus vidas.

Y se suceden, página tras página, una mujer que regenta un Love-Hotel, un típico hotel alojamiento japonés style llamado Alphaville como la película de Jean Luc Godard. Una chica, que es hermana de Mari, llamada Eri Asai, que duerme profundamente desde hace días frente a un televisor desenchufado que tiene extrañas líneas que oscilan, van y vienen, transmitidas desde algún lugar, cobrando vida en un contexto paranormal, con un reloj digital en la cabecera de la cama que actualiza mudo y constante el tiempo.   

Mari es nuevamente interrumpida, primero Takahashi y ahora Kaoru, la encargada de Alphaville. Mari habla chino y una prostituta de esa nacionalidad ha sido brutalmente agredida por un cliente en el love hotel, justo cuando dan las doce de la noche.

En la habitación donde Eri sigue sumida en una dulce inconsciencia, el televisor cobra vida y poco a poco empieza a distinguirse en la pantalla una imagen turbadora: una amplia sala amueblada con una única silla en la que está sentado un hombre vestido de negro, en un televisor que, como dijimos, no está enchufado, perturbador momento sobrenatural que parece verosímil.

Una sensación de peligro impregna el cuadro, con un estilo austero y un sutil sentido del humor, Murakami realiza un singular paseo por la realidad actual de cierta juventud, solitaria y nocturna, mínima y azarosa, casi un signo de los tiempos presentes en clave existencial. 

BONUS TRACK

Omití, deliberadamente, decir que Takahashi, el músico, tiene el deseo de estudiar derecho, de hecho, está matriculado en la carrera. Y tiene unas ideas del sistema judicial muy interesantes, muy criticas si las leemos con profundidad. Voy a reproducir un dialogo entre Takahashi y Mari que da cuenta de esta idea de Poder Judicial.

(el personaje principal) pasa la yema del dedo por el borde de la taza de café y dice: -En cuanto empecé a pensar en esa forma hubo muchas cosas que se me aparecieron bajo un prisma diferente. Vi el sistema judicial en sí mismo, como un ser vivo especial, extraño.

- ¿Un ser vivo especial? (pregunta su interlocutor)

-Sí. Un pulpo, por ejemplo. Un pulpo gigantesco que habita en las profundidades marinas. Tiene una vitalidad extraordinaria, avanza por el fondo negro del océano haciendo serpentear un montón de largos tentáculos. Mientras asistía a los juicios, no pude evitar imaginármelo de esta forma, ¿sabes? A veces adopta la forma del Estado; otras la de las leyes. También puede adoptar formas más retorcidas, más complejas, aunque lo cortes una y otra vez los tentáculos vuelven a crecer siempre. Nadie puede acabar con él. Es demasiado fuerte, vive en una sima demasiado profunda. Ni siquiera sabemos dónde tiene el corazón. Yo, en aquellos momentos, sentí terror. Y me desesperaba pensando que, por muy lejos que intentara escapar, sería incapaz de huir de él. Aquel ser no piensa que yo soy yo y que tú eres tú. Ante él, todos perdemos nuestro nombre, todos dejamos de tener un rostro, todos nos convertimos en un signo. En un simple número.

Esta es una idea fascinante del Poder Judicial como un pulpo que habita en las profundidades marítimas, de enorme vitalidad, siempre en crecimiento, demasiado fuerte, sin corazón, que produce cierto terror. Ante él perdemos nuestro nombre, dejamos de tener un rostro, todos nos convertimos en un signo, en un simple número. La ciudad judicial con rostro impersonal, ser viviente, guardián cruel de la fortaleza[1].

 

[1] Aclaro, en modo homenaje, que este libro y sus connotaciones jurídicas lo conocí por el profesor Lucas Arrimada (UBA).