Mensaje de error

Notice: Undefined property: stdClass::$comment_count en comment_node_page_additions() (línea 728 de /home/pensamientopenal/sitios/pensamientocivil.com.ar/htdocs/modules/comment/comment.module).
Autor: 

HOMOFOBIA EN LA FACULTAD DE MEDICINA DE LA UBA: LA PROFESORA BURRA QUE ENSEÑA PREJUICIOS Y TEORÍAS ANTICIENTÍFICAS

Una profesora usó una clase de Medicina Legal para divulgar ideas extravagantes y absurdas sobre la homosexualidad.

        Lo que sucedió en estos días en la facultad de medicina de la UBA es simplemente inaceptable. Y no digo “inaceptable” como calificación política, sino académica, científica, educativa. La universidad pública debe ser un espacio de excelencia para el conocimiento y no una tribuna para discursos anticientíficos basados en los prejuicios, la ignorancia y el odio de malos profesores.

          Veamos. Una docente llamada Gloria Ganci usó su clase para divulgar ideas extravagantes y absurdas sobre la homosexualidad que parecían salidas de un sitio de fake news y teorías de la conspiración. Presentó unas diapositivas en las que definía el “delito homosexual” en términos lombrosianos, afirmando barbaridades como que los homosexuales “tienen una estructura emocional inestable”, son “más violentos y sangrientos” y actúan “por celos y venganza”.

         Diferenció al “homosexual latente” del “homosexual psicópata” y el “homosexual prostituto” y dijo que todos ellos presentan “un trastorno psíquico” que, al parecer, tendría alguna relación con su orientación sexual. Y haría de todos nosotros criminales en potencia. Los alumnos, más inteligentes que la docente, sacaron fotos de los slides e hicieron la denuncia pública, y ahora la universidad debería tomar medidas urgentes.

          Si un alumno escribiese eso en un examen, debería ser reprobado con un cero. Pero que ese tipo de estupideces hayan sido dichas por una profesora universitaria en una institución de prestigio como la Universidad de Buenos Aires es algo mucho más grave, porque nos hace preguntarnos qué clase de profesionales estamos formando. Si usted, lector, lectora, va al hospital por algún problema de salud, ¡puede ser atendido por un médico educado por la profesora Ganci!

          Césare Lombroso (1836-1909) fue un médico italiano que revistió de argumentos biologicistas la vieja demonología del Malleus Maleficarum de la inquisición católica. Como explica Zaffaroni en su libro La palabra de los muertos, Lombroso adoptó el término “criminal nato” por sugerencia de su discípulo Enrico Ferri (1856-1929), pero la expresión ya había sido usada por el frenólogo español Mariano Cubí y Soler (1801-1875). Sus ideas, que hoy resultan obviamente absurdas, eran fuertes en aquella época, y Lombroso no las inventó, pero fue su mayor exponente. La teoría racista lombrosiana tuvo una influencia nefasta en la criminología durante mucho tiempo, pero hace mucho que ha sido descartada tanto por la ciencia médica como por la penal.

           Explica Zaffaroni que, para Lombroso, “hay sujetos que configuran una specie generis humani diferente, porque nacen sin que en el seno materno se haya completado el ciclo evolutivo”. Es decir, “habría algunos sujetos que nacen faltándoles algo así como el último golpe de horno, o que salen de fábrica sin el último acabado. Esos delincuentes natos serían seres mal terminados semejantes a los salvajes colonizados, a los que les faltaba el último dobladillo, porque no habían alcanzado aún la evolución filogenética de los europeos colonizadores, en tanto que a los primeros les faltaba por algún accidente biológico excepcional producido entre seres de la raza más evolucionada”.

            En el fondo, claro, se trataba de racismo. Lombroso reconoció con posterioridad causas sociales para la criminalidad y aclaró que sus criminales natos no estaban inevitablemente predestinados al delito, aunque mantuvo la idea de que había un componente biológico. Las últimas ediciones de L’uomo delincuente fueron acompañadas de un curioso atlas en el que Lombroso coleccionaba los retratos y fotografías de delincuentes, por lo general presos. Como recuerda Zaffaroni, pueden verse en esa colección de fotos “hombres prognáticos, microcefálicos, de frente huidiza, orejas en asa, mujeres barbudas, estrábicas, etc., o sea, una enorme galería de caras feas y seres contrahechos, que muy difícilmente hubiesen podido andar mucho tiempo por una ciudad europea de su época sin ser detenidos por la policía, pues eran verdaderos estereotipos caminando.

            El error de Lombroso fue interpretar esos signos como causa del delito, cuando en la mayoría de los casos eran causa de la criminalización. Sin saberlo, este incomparable observador meticuloso y paciente que fue Lombroso nos envía desde casi un siglo y medio atrás la mejor y más cuidada descripción de los estereotipos criminales de su tiempo”. Lo que hoy llamaríamos “portación de cara”.

            La profesora Ganci, más de un siglo después de la muerte del médico italiano, en una de las más prestigiosas facultades de medicina de América del Sur, en pleno siglo XXI, nos presenta una versión homofóbica de aquellas teorías racistas, igualmente estúpida y anticientífica, pero mucho menos comprensible en esta época, en la que el conocimiento humano avanzó lo suficiente como para que esperemos que “teorías” como esa deban ser identificadas y descartadas hasta por un alumno de la escuela primaria.

            Sin embargo, no es la primera vez que vemos este tipo de discursos en la Argentina. Durante el debate de la ley de matrimonio igualitario en la Cámara de Diputados, en una audiencia pública, la abogada Úrsula Basset (UCA) afirmó que las parejas homosexuales eran “treinta veces más violentas” y que la mayoría de los gays tenían una mayor tendencia a consumir más drogas, alcohol y “otras incidencias de este tipo”. En un momento de la exposición de Basset, a la diputada Vilma Ibarra se le terminó la paciencia y le pidió que, para hacer ese tipo de afirmaciones, en lo sucesivo al menos citara una fuente. Más adelante, la abogada Analía Pastore (UCA) dijo que “muchas mujeres homosexuales tienen una actitud extremadamente negativa hacia los hombres. Algunas de ellas aún están muy enojadas con sus propios padres y trasladan esa hostilidad hacia los hombres en general”. No existe ninguna investigación científica que avale esas estupideces.

            Tampoco es la primera vez que algún homofóbico afirma, impunemente, que existe una tendencia natural de los homosexuales al crimen. Como cuento en mi libro El fin del armario, en Chile, el cardenal Jorge Medina –en una entrevista publicada exactamente un mes después del brutal asesinato homofóbico del joven gay Daniel Zamudio– dijo que los homosexuales son “como un niño que nace sin brazos”, que la homosexualidad es “una desgracia” y que los homosexuales “llegan a extremos de violencia y asesinatos de manera mucho más frecuente que los heterosexuales”.

             Se olvidó de aclarar que llegan como víctimas. Sobre esa realidad sí hay estadísticas. No tengo esperanzas de que la Iglesia católica sancione al cardenal Medina por sus dichos. Pero la Universidad de Buenos Aires debería abrir inmediatamente un proceso administrativo que permita separar de su cargo a la profesora Ganci. Una persona tan burra y con la cabeza tan llena de odio y prejuicios no puede formar a nuestros futuros médicos, por el bien de la salud pública.